La inteligencia artificial es una tecnología socialmente apropiable: un recurso que puede ser asimilado socialmente, por el sujeto cognoscente de la transformación. Por su puesto se requiere una producción gnoseológica del conocimiento: un conocimiento desde lo vivido y con fundamentos epistémicos. A no ser que se elija vivir en una eterna “crisis experiencial". Sin la mediación intersubjetiva, el sabor de lo vivido, la subjetivación del sujeto se diluye en algoritmos.
En cuanto al universo de respuestas dadas, por el dispositivo referido, varía según las capacidades del sujeto. En tal sentido, ser autodidacta es el principio que condiciona el diálogo entre el sujeto y la herramienta.
La experiencia tendrá una curva de aprendizaje empinada, si la relación con el dispositivo parte de un plan. Sin planes la entropía de información es el signo. es decir, el desorden, la dispersión, la saturación de datos sin sentido. .
Las máquinas —como instrumentos de producción, herramientas y aparatos— no son apropiables por los sujetos en términos de uso colectivo. En cambio, la inteligencia artificial, concebida como herramienta de aprendizaje, sí puede ser apropiada socialmente, en tanto cultiva la individuación del sujeto, potencia el saber intersubjetivo y en ese orden ser promueve la acción de reconocimiento colectivo. En tanto los sujetos, partan de la autodeterminación psíquica: "pensar con cabeza propia"(Kant)
Así las cosas, con la irrupción de la inteligencia artificial, el monopolio del saber y las formas verticales —las jerarquías partidocráticas del ayer— tienden al colapso. Las divisiones entre poder y obediencia sólo pueden sostenerse mediante mecanismos represivos y un régimen de desigualdad social opresiva. En ese contexto, la fuerza laboral venezolana en él uso de la IA, se encuentra en rezago y en desventaja social frente a las clases obreras de Colombia, México, Uruguay y Chile.
En la temporalidad de la inteligencia artificial, el régimen de la división social del saber —que hacía apología del saber tecnocrático de los economistas— entra en crisis.
En este contexto, la crítica marxista a la expertocracia, formulada desde la noción de división social del saber como fundamento de la división jerárquica del trabajo, se refuerza como clave teórica. La producción colectiva del conocimiento incorpora herramientas capaces de desenmascarar la banalización del tecnócrata y sus certificaciones académicas.
Desde la IA, se refuerza la potencia autónoma del sujeto político y en esta demarcación "la democracia del saber" se convierte en significante de la democracia misma. Así, el poder subjetivizante del protagonismo colectivo se inscribe en el presente a partir del concepto de “intelecto general” descrito por Marx en los Grundrisse. Este, a su vez, resuena con la noción de “inteligencia general artificial”, especialmente en el marco de la movilización de las multitudes, donde las singularidades humanas se ven potenciadas.
Es cierto la invención de I.A como dispositivo se propone superar los límites de la acumulación capitalista, al respecto su aplicación en los procesos de trabajo, implicará desplazar trabajo vivo, aumento de los "ejércitos de reserva" y así la migración en masas tiene como respuesta la persecución a los migrantes.
No obstante, la socialización de la tecnología deja un resquicio para el aprendizaje de las multitudes. Así, aunque el agenciamiento panóptico de las redes domina el escenario, comienzan a abrirse grietas; incluso a riesgo de que, por escribir la verdad concreta, puedas ser imputado.
En ese marco se refuerzan los reconocimientos entre quienes interpelan a jerarquías opulentas y partidocráticas. En contra sentido hacer uso instrumental del dispositivo para imputar con prisión "el saber de economistas críticos" tal como ocurrió en Venezuela, en fecha reciente. El mismo es un signo de regresión fascistizante. Pedro Duno, filósofo de izquierda activo en la década de 1970, formuló una crítica al autoritarismo soviético en los siguientes términos: “Al unificarse saber y poder, lo dado sabe a barbaridad”. ¿Se equivocó?
Cruel paradoja: ver cómo la tecnología de inteligencia artificial no se emplea para cultivar la ciencia, sino para incriminar opiniones divergentes. Así, el dispositivo se reduce a un instrumental fascista: un panóptico digitalizado que, al ser usado bajo ciertas lógicas de poder, refuerza una pedagogía fascistizante e incriminatoria. En ese contexto, la reversión histórica se encarna en una figura espectral: Juan Vicente Gómez, reconfigurado por inteligencia artificial.

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